sábado, 24 de abril de 2010

CXXII Otro San Jordi.

Ayer, cuando volvía en moto a casa vi a una muchacha mirando al cielo, estática, rígida en medio de la calle. En su mano derecha agarraba fuertemente el tallo repleto de espinas de una preciosa rosa, la sangre salpicaba la acera. De pronto un hombre corrió hacia la chica, se detuvo frente a ella, la observó y sin tocarla se agachó, acercando su boca al goteo de sangre. Bebía rojo. A lo lejos el sonido de sirenas era incesante, un bloque de pisos ardía sin parar, la gente corría desesperada huyendo del dragón, que seguía escupiendo fuego por la boca. ¡San Jordi ven! ¡Ven San Jordi! - todos gritaban -. De repente apareció el gran y poderoso caballero pero el dragón sin darse cuenta lo pisó. La muchacha pues, recuperó el gesto, dejó de mirar al cielo, observó fijamente la rosa que portaba, abrió su mano lentamente y sonriente se marchó.