sábado, 18 de abril de 2020

CC Doscientas.



Acaríciame y duérmeme,
despiértame y mátame,
resucítame y crucifícame,
bájame y estírame.

Acaríciame y duérmeme,
despiértame y mátame,
resucítame y crucifícame.

Acaríciame y duérmeme,
despiértame y mátame.

Acaríciame y duérmeme.

Acaríciame.

CXCIX Mini historias de cuarentena III.




Metido en esta máquina del tiempo empiezo a detectar que la gente tiene demasiada prisa, ahora de repente, por cambiar. Se están poniendo demasiadas expectativas para el día después del encierro, como una flor cuando despunta en primavera. No me gustaría ver que esas expectativas que en mayor o menor grado todos nos ponemos acaben convirtiéndose en obligaciones que seguramente después no se vayan a cumplir, generándose así una doble insatisfacción. Como todas esas promesas que uno se pone al empezar un año nuevo y que se desvanecen en 4 días. Siento decirles, siempre bajo mi punto de vista, que todas esas acciones o maneras de ser que antes de la cuarentena no existían, se generen el día después del encierro en ti. O quizá sí, me gustaría equivocarme.

La gente no cambia, otra de mis teorías. Puede moldearse levemente pero cada uno es como es y eso es inamovible. Así que no pidamos peras al olmo, todos sabemos o deberíamos saber ya lo que somos, lo que nos gusta y lo que no, antes, durante y lo que seguiremos siendo después de que todo esto acabe.

Me gustaría también hablar de las decisiones precipitadas en cuarentena, ni las que rompen con lo que hasta ahora tenemos ni las que quieren retomar lo que un día decidiste perder. Tenemos que tener en cuenta que estamos en un momento de pausa obligada, nada agradable para nadie y digo nadie aunque algunos se empeñen en repetir lo muy productivo que es su tiempo en cuarentena, la cantidad de proyectos nuevos que está aprovechando para llevar a cabo… bla bla bla… Tranquilos, nadie está avanzando, todos andamos en mayor o menor medida deambulando de la cocina al comedor, del comedor a la cocina y poco más. Somos humanos y aunque la sociedad no nos permita mostrarlo, nos entristecemos, nadie está preparado para lo que estamos viviendo, nadie lo lleva genial, tenedlo claro. Eso no quiere decir que no busquemos recursos para aminorar esta estampida de emociones negativas. Hacer deporte, ver series, hablar con amigos; por ejemplo, oxigenan la mente. Hagámoslo.

Alguien dijo: no éramos conscientes de lo felices que éramos, antes de que todo esto empezara. ¡Cuánta razón! Cuando acabe esta pesadilla, comámonos el mundo, disfrutemos cada segundo de esta vida maravillosa y salgamos a la calle sin pretensiones pero con las baterías al 200 x cien. Hagamos el bien y busquemos nuestra felicidad sin olvidar la de los demás. Seamos felices y hagamos felices al resto. Cuando todo esto acabe, cuando todo de nuevo comience…

domingo, 12 de abril de 2020

CXCVIII La pregunta.



No se lo había preguntado todavía y hoy era el día marcado. Había estado posponiéndolo durante meses pero ya no cabían más excusas. Hoy sería el día en el que se lo cuestionaría.
Salí de casa corriendo, sabiendo que hoy, por una vez, no tenía ninguna prisa. En cada paso sentía cómo me temblaban las manos, notaba cómo si cada palpitación sacudiera mi camiseta. Estaba cardiaco y no sabía cómo librarme. Había estado huyendo muchísimo tiempo de este momento.
Llegué a mi destino, me senté en el interior de aquel bar solitario y esperé. Tras 20 minutos y viendo que mi quietud no llegaba, igualmente me lo pregunté:
- ¿ Soy feliz?

sábado, 11 de abril de 2020

CXCVII Mini historias invisibles de cuarentena II



A mí no me engañan, estos días son los perros los que pasean a sus dueños. Quise ir más allá. Le dejé sin cenar y por la mañana temprano me preparé, me embadurné de pienso y esperé. En cuanto me vio se abalanzó sobre mí, tenía tanta hambre que ni masticó. Ya estaba dentro, mi plan funcionaba a la perfección. Cogí los mandos de mi perro por dentro, abrí la puerta de un salto y salí felicísimo a cabalgar cual potro desbocado, corría, casi podía volar de lo contento que estaba. Sentía en mi lomo la libertad. Me pasee por el centro de la ciudad, metí mis patas en el río, ladré lo más fuerte que pude pero poco a poco algo me empezó a pasar… fui decayendo, no por cansancio, sino por lo que no vi. No había nada, nadie ahí fuera y ahí es donde me di cuenta que pese a lo extraño y egoísta que a veces era, necesitaba de los demás para ser feliz. Me acababa de dar cuenta de que era un ser social por naturaleza. Recogí la cola, agaché las orejas y regresé a casa.

viernes, 10 de abril de 2020

CXCVI Mini historias invisibles de cuarentena I.


Se levantaron los cuatro miembros de la familia porque unos a otros involuntariamente se fueron despertando. Esa cama de 160 x 190 cm acogía el descanso colectivo de esas cuatro almas luchadoras de una familia todavía ilusionada, recién llegada a España.
Los niños corrieron a mirar por la ventana enrejada de aquella planta baja.
- ¡ Hace un día precioso, niños! - sacaba fuerzas la madre en el día 29 de aquel encierro.
- ¡ Sí mamá! - exclamaban los niños contentos mientras sacaban su bracito entre las rejas.

Era la hora de desayunar y abrieron la puerta de su habitación.
- Hola, buenos días - saludó educadamente la familia Rodríguez desde el pequeño sofá, los cuales habían amanecido más temprano.

Aquel oscuro comedor en forma de media luna acogía también una mesa redonda de madera, desde la cual también se alcanzaba a ver la imagen de la televisión de tubo que había enfrente del antiguo sofá de dos plazas. Un baño pequeño al lado de la cocina y una tercera habitación donde la familia Zambrano acunaba a su bebé recién nacido que no paraba de llorar.

Todos menos el marido de Isabella que todavía trabajaba, esperaban en casa, después de sufrir el ERTE.

Entre ataques de ansiedad y algún que otro lloro convivían y resistían sin música ni aplausos esas tres familias solidarias, los unos con los otros, en ese agujero de 60 metros cuadrados.

La resiliencia continua en esa casa, iluminaba y eliminaba toda oscuridad física y psicológica pasajera.