lunes, 24 de enero de 2011

CLXI Esencia de papel.


El hombre apila sus libros. La mujer salta nerviosa alrededor del fuego. Trata de leer la obra antes de que desaparezca.
Ve una página aquí, una línea allá.
Quedan cenizas que no se pueden leer, y el hombre pasa a ser un misterio.


Con todo lo que tú no sabes, se podría escribir un libro...

lunes, 17 de enero de 2011

CLX Viajes con retorno.


Volviendo de la playa, en mitad de un camino polvoriento, hemos visto una silueta animal estampada en la tierra.

¡Para!, le he dicho yo a ella. ¡Ay no! ¡Vamos!, me ha respondido.

Como ella no quería volver atrás y observar la realidad de cara, me he bajado del coche y he desandado 20 metros inmerso en el polvo que nosotros mismos habíamos generado a nuestro paso.

De camino pensaba en si sería un erizo, un pájaro, un gato, o un conejo lo que habíamos visto de pasada, allí chafado, impreso en el camino.

Cuatro de la tarde y un sol aleccionador, he llegado al cadáver. Y pese a no tener ojos, ni carne, aparentemente ni huesos (las últimas hormigas se alejaban con la última parte del botín), el pelo del conejo, sorprendentemente, parecía intacto. Me han dado ganas de acariciarlo, pero no lo he hecho. Eternamente pensaré que ha sido una lástima, el no haberme atrevido.

He observado la escena con detenimiento, durante un par de minutos. Todavía se oían, al fondo, las olas ronronear, la música del restaurante chill-out de turno y alguna risa de alguien que se bañaba.

He vuelto a recorrer los 20 metros que me separaban del coche. Y al entrar la he mirado a la cara. Me ha preguntado, ligeramente indignada, que cómo podía ser que me gustaran este tipo de cosas. Y le he dicho No, no me gustan...

Pero acaso tú, si algún día me vieras chafado en el asfalto, sin ojos, sin carne y sin vida,
acaso tú no te pararías para abrazarme, para tocarme, acariciarme la cara vacía, para mirarme, por última vez?

viernes, 14 de enero de 2011

CLIX El Hombre de Musgo.


Sonó el despertador de mi casa de tres pisos. Me fui desperezando y abrí las persianas con mi mando a distancia. Yo era un chico soltero y rico, gay y metrosexual, acostumbraba a comer en los restaurantes más modernos y caros de la ciudad, era un gran empresario, me encantaba la moda y la depilación integral.
Me puse mi batita, bajé por la escalera de caracol y me acerqué al aseo, pulsé el botón de las burbujas y me metí en mi jacuzzi con vistas a las montañas asturianas. Durante el relajado baño de sales no dejaba de pensar en que por fin hoy, estrenaría esa crema exclusiva para el rostro que tanto me había costado conseguir. Salí del jacuzzi, me sequé suavemente, me puse en frente del espejo, abrí el envase y me aplique un poquito en la cara. La reacción en mi piel fue inmediata, empecé a notar un frescor muy especial, notaba como todos mis poros se abrían, pero… empecé a notar algo raro, de repente me empezó a crecer hierba en el interior de la boca, casi no podía respirar; mientras, todos mis brazos se llenaban de musgo. Apenas veía, pues el musgo que me envolvía la cara había crecido demasiado regado por el agua de mis lágrimas. Los caracoles y gusanos rápidamente encontraron cobijo y alimento sobre mi espalda. Aullé de dolor y corrí, corrí, corrí lejos, huí rápido; no quería que nadie me viera así.
Vivía en un pequeño pueblo montañoso rodeado de extensos prados verdes donde pastaban las cabras, pastaban las vacas lecheras y pastaba yo las horas… estirado, refugiado, escondido, verde con verde me sentía seguro. Lloré mares, me costó mucho acostumbrarme a vivir de esa manera cual verde ermitaño, pero al final lo conseguí, me adapté a vivir en el campo, aprendí a cazar, me acostumbre a comer de todo, aprendí a utilizar la lengua buscando hormigas en hormigueros, degusté insectos varios, ciempiés, cucarachas... Más tarde, me empezó a gustar también la carne cruda. Empecé a compartir la carne fresca de ovejas muertas con los buitres de la zona…
Sin darme cuenta había cambiado las cremas por el abono; sí; por rebozarme en la mierda.
Se acercaba la navidad… me levanté de la choza, como cada día, helado de frío, miré al frente y vi como dos hombres se acercaban… tembloroso me tumbé boca abajo y me quedé inmóvil, no quería que me descubrieran, escuché como hablaban entre ellos… estaban buscando musgo para poner en los belenes, de repente alguien me tocó, alguien me estiró, sentí tanto dolor que no pude aguantar y me levanté del suelo como un rayo. Los dos hombres, al verme, empezaron a gritar; yo, rápidamente y sin pensar cogí una de las cornamentas del último ciervo que había zampado la noche anterior y se la clavé a uno de ellos. El otro huyó, salió corriendo, le perseguí a cuatro patas por el prado hasta que le alcancé y le mordí en el cuello. Escondí los cuerpos y me pasé unos segundos llorando, había matado a dos personas… a los cinco minutos ya me estaba comiendo sus cadáveres.
Me había convertido en un ser despiadado, en un asesino. Lo peor de todo es que había probado la carne humana y me había encantado, me había parecido tan jugosa…
La desaparición de los dos hombres juntamente con las quejas continuas de pastores y vaqueros denunciando el robo de algunas de sus reses sembró el nerviosismo en la población. Diferentes testigos afirmaban haber visto a un ser verde correr por los bosques, afirmaban que parecía algo recubierto como de musgo.
Desde aquel momento el pueblo entero se llenó de carteles: “Recompensa; 1.000.000 de euros quien traiga la cabeza de “el Hombre de Musgo”. Yo, ajeno a todo lo que acontecía fuera seguía aplicando los huesecillos de una de las últimas ovejas del rebaño y porque no decirlo; anteriormente también me había comido al pastor, a la mujer del pastor y a los perros. Cada vez tenía más hambre y menos cabeza. Cuanto más comía más hambre tenía.
La población estaba atemorizada. Organizaron redadas para encontrarme, día y noche. Todos los días del año durante meses y meses.

Finalmente el Hombre de Musgo fue hallado, juzgado y encerrado en una jaula de osos panda, atado con cuerdas, fue encontrado muerto, devorado, junto a unas cañas de bambú.

Esta es la última instantánea que se conserva de este ser; de este al que todos llamaron en su día: “El Temible Hombre de Musgo”.