miércoles, 30 de septiembre de 2009

LXXIV Deambulando...


Vergonzoso, como la última aceituna negra que quedó en aquel plato verde; así se sentía, gastado como la piel de serpiente después de la muda, estaba apocado como la respiración de un pez sin agua y solo como el agua sin la respiración de su pez. Todo el día deambulaba extraño como una escuela sin caramelos, mayor, como unos caramelos sin escuela, tocado, como un banco recién pintado. A veces sonreía al recordarla y se sentía orgulloso como el asomar del gusano de la manzana, pero enseguida volvía a estar triste como luciérnaga apagada, volvía a estar perdido como un perro sin dueño, ladrado como un dueño sin perro, pesado como una mosca sin mosquitero, humillado, como un cocodrilo sin dientes. Entonces bajaba la cabeza y se resignaba como un preso sin calendario, se abatía, como un calendario sin preso. Y entraba en casa y se alimentaba sin ganas, contrariado, como una sopa fría se bebía una cerveza caliente y se sentía tonto, absurdo como un beso sin labios, rechazado como unos labios sin beso, desubicado como un pingüino en el desierto. Y se asustaba con cualquier ruido como un cerdo en el matadero, y se encerraba muerto de miedo entre sus sabanas como un niño de pijama de rayas, y cardiaco como una arrancada cola de lagartija se dejaba relajar y caer, y cuando conseguía calmarse rezaba y rezaba , se volvía místico como un torero en capilla, y acababa durmiéndose dulcemente como un niño descalzo en su acolchada, pequeña y delicada cuna.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

LXXIII La casa.


A millones de kilómetros de la vida, como en otra dimensión, se esconde en medio de un bosque sombrío una casa muerta en vida, una casa enorme de paredes negras, con infinidad de ventanas desde las cuales levemente se aprecia el resplandor de los fuegos de la cocina mientras Fracaso, el cocinero, prepara con mucho gusto la comida para todos sus comensales. Dentro de este caserón la luz brilla por su ausencia, en ocasiones a través de las ventanas se aprecian rostros oscuros que divagan en su interior.

Yo, como mucha gente, ha estado en ella, he conseguido salir y ahora os pasaré a relatar lo que allí dentro viví.

Muerte, así es como se llama la madre superiora y tutora de la casa, dura y exigente supervisa todo lo que en la casa acontece, viste de negro y lleva capuchón. Tiene contratada a una ama de casa, Monotonía es su nombre, es una persona cabizbaja y tranquila, constante y trabajadora, nunca duerme, viste siempre con la misma bata en tonos pastel. Monotonía tiene una hermana mayor, ella es Locura, normalmente no esta en la casa, es una persona muy inestable, cuando tiene el día malo da mucho miedo y es capaz de dominar y atemorizar a todos los habitantes de esa casa menos a Muerte. Muchas veces pasa de dulce niña a abominable monstruo en apenas segundos. Locura no tiene amigos, solo juega de vez en cuando en el patio de atrás de la casa con Discordia, su prima. Rendición es amiga de Discordia. Rendición es una niña del todo depresiva, al principio no vivía en la casa, más tarde se alojó para por siempre quedarse. Soledad es el nombre de la mujer que más sufre dentro de esa casa, sufre en silencio, todo el mundo la mira pero no la ve; vive encadenada, las oxidadas cadenas forman ya parte de su cuerpo, no sale nunca de casa, nunca habla, de mirada perdida y corazón negro vive arrinconada atada a la pata de su cama. De vez en cuando, Monotonía se acerca a Soledad y en silencio y sin mirarse, muy suavemente la acaricia. En ocasiones, cuando todos duermen, de repente se escucha como Locura grita e increpa sin motivo alguno a Monotonía. Monotonía no responde y se aleja, cuando eso pasa, Tormento, el hermanastro de Locura, que duerme en la misma habitación, intenta calmarla, pero le resulta siempre imposible.
Miedo, es el hombre chepudo, viejo y arrugado que me enseñó la casa, muy amable me mostro las habitaciones, salones, vistas… , me dijo que con suerte me quedaría allí hasta el fin de mis días, así que vete acostumbrando – me dijo entre risas. Más tarde me enteré que era cura, que él fue la persona que celebró la comunión de Locura y Discordia. Pasó el tiempo y descubrí que era un vendido, un ladrón de poca monta.
La casa tiene un garaje donde, apenas sin ventilación, viviendo en condiciones infrahumanas, conviven, malviven Perdón y su prima la Aceptación, muy de vez en cuando les vivita Conformismo, no salen nunca del garaje. Hablan, debaten mucho entre los tres pero jamás llegan a ninguna conclusión y siempre acaba por reinar la tristeza, los lloros y el silencio.

La casa es de muy difícil acceso, recibe pocas visitas, aún así, cada cierto tiempo llama a la puerta Venganza, el cartero. Trae paquetes grandes y pesados, los paquetes siempre se abren, siempre los abren, siempre los abres. Otro ser que también vive en la casa, pero difícilmente lo encontrarás en ella, sobretodo de noche, es a Engaño. Engaño es el hermano rebelde de Monotonía, tiene 16 años, fuma porros y le encanta salir con Venganza de fiesta; es un inadaptado.
De vez en cuando la casa recibe inesperadas visitas de alguien temible, su nombre; Odio. Cuando Odio aporrea la puerta, todos menos la Muerte se esconden. Odio, el tío de la familia junto a sus sobrinas la Envidia y la Rabia viven en una isla lejos de la casa. Aporrean la puerta, rompen la puerta, entran y destrozan todo lo que a su paso encuentran, más tarde, sin decir nada, se marchan. Es algo terrorífico. De vez en cuando se llevan unos días a Discordia para enseñarle hábitos y modales…

Seguro que mucha gente se ha hospedado alguna vez, sin quererlo, dentro de este horrible caserón, en él una aparente normalidad, una falsa tranquilidad y una tristeza contagiosa te invita a quedarte. Lo importante es no acomodarse y no tirar la toalla, debéis buscar cuanto antes la puerta de salida, una salvación, la salvación, vuestra salvación.

lunes, 14 de septiembre de 2009

LXXII Piénsalo.


No llores porque se acabó, sonríe por lo que ocurrió.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

LXXI El árbol.


El tronco joven de aquel árbol carcomido por los caprichos del Sol y la pena daba paso a una hilera desordenada de gusanos blancos. El árbol lejos de quejarse, se iba dejando morir cosquilleado por aquellos preciosos huéspedes.
A su derecha, muy cerca de él, un sano, contento y rejuvenecido Olmo viejo le miraba pero no le veía. Sus raíces, bajo tierra, aún se mezclaban con el chepudo árbol carcomido. Las raíces de aquellos dos árboles seguían apretadamente abrazadas buscando un mismo agua, un mismo sustento. Tierras cargadas de agua aunque áridas para aquel envejecido jovencito. Y cada día salía el Sol, a la misma hora, por el mismo rincón, detrás de aquella misma montaña pero la noche eterna que ya ofrecían aquellos restos de árbol carcomido apenas sombreaban la luminosidad del alma joven de su compañero el Olmo. Y cada día una aventura para uno y cada día un suplicio repetido, repetitivo para el otro. Su debilidad cada día más debilitada seguía siendo arañada por pequeñas y delicadas alas de mariposa que de vez en cuando se posaban en sus ramas a descansar desplegando todo su reino de color. Y poco a poco fue muriendo sin vivir, y poco a poco fue pensando y se volvió loco, y poco a poco se le fueron cayendo todas sus hojas en primavera, flora que más tarde sirvió de colchón al infinito descanso de aquel árbol sin denominación, sin tipo, sin raza, sin marca. Solo un árbol seco más dentro de aquel inmenso bosque lleno de vida y soledad.