miércoles, 30 de septiembre de 2009

LXXIV Deambulando...


Vergonzoso, como la última aceituna negra que quedó en aquel plato verde; así se sentía, gastado como la piel de serpiente después de la muda, estaba apocado como la respiración de un pez sin agua y solo como el agua sin la respiración de su pez. Todo el día deambulaba extraño como una escuela sin caramelos, mayor, como unos caramelos sin escuela, tocado, como un banco recién pintado. A veces sonreía al recordarla y se sentía orgulloso como el asomar del gusano de la manzana, pero enseguida volvía a estar triste como luciérnaga apagada, volvía a estar perdido como un perro sin dueño, ladrado como un dueño sin perro, pesado como una mosca sin mosquitero, humillado, como un cocodrilo sin dientes. Entonces bajaba la cabeza y se resignaba como un preso sin calendario, se abatía, como un calendario sin preso. Y entraba en casa y se alimentaba sin ganas, contrariado, como una sopa fría se bebía una cerveza caliente y se sentía tonto, absurdo como un beso sin labios, rechazado como unos labios sin beso, desubicado como un pingüino en el desierto. Y se asustaba con cualquier ruido como un cerdo en el matadero, y se encerraba muerto de miedo entre sus sabanas como un niño de pijama de rayas, y cardiaco como una arrancada cola de lagartija se dejaba relajar y caer, y cuando conseguía calmarse rezaba y rezaba , se volvía místico como un torero en capilla, y acababa durmiéndose dulcemente como un niño descalzo en su acolchada, pequeña y delicada cuna.