martes, 5 de febrero de 2008

I Sin salida.


Los perros ladraban; ya amanecía. Corría el mes de Febrero envuelto en blanco y tranquilidad. La escalera estaba resbaladiza. Los copos habían inundado el estanque, los chupetones de hielo, amenazantes, colgaban de los tejados. Las calles empedradas daban paso a un gran manto blanco donde los caballos alvinos caminaban cansinos. Bajaban los riachuelos salvajes por el verde musgo. Era época de deshielo.Había decidido escaparme una temporada, la rutina me carcomía las entrañas. Había tenido alguna que otra novia pero de ninguna había llegado a enamorarme. Siempre me decía a mi mismo estar bien, siendo todo lo contrario. Tenía muchos amigos; más bien conocidos, los cuales nunca estaban cuando les necesitaba o quizá yo no estaba para avisarlos; me estaba dando cuenta que toda mi vida la había centrado en el trabajo. Las dudas de mi existencia me desequilibraban por momentos. Necesitaba enfrentarme e intentar descubrirme por dentro. Me acababa de dar cuenta que había tirado media vida.Sentado en aquel poyo pueril pensaba en todo lo que había pasado hasta el momento… Yo siempre fui un tío ordenadísimo, ordenaba hasta la ropa por colores. Tanto ordenar mi vida, que al final se había desordenado por completo desmoronándose aún estando todo en su sitio. Miré al cielo y pensé en alguna solución aparente.Aquel hombre permaneció en aquel pueblo durante 3 días más.
De vuelta a su ciudad, volvía a levantarse a las 7 de la mañana, como cada día, para entrar a trabajar de nuevo, a su oficina, como siempre, por el resto de sus días.