jueves, 9 de octubre de 2008

XXXI Condenada. Condenados.


El texto era sencillo; la puesta en escena bastante más complicada. La función tenía que comenzar. Nerviosa y tiritando se subió al escenario, obra corta pero estrecha e intensa. Entonces lo dijo y todo acabó. Ni un solo aplauso, solo gritos en silencio de indiferencia, más tarde malas caras y finalmente brisa pesada bajo sus ojos, también bajo los suyos, mar de recuerdos, todos buenos en aquel momento. Muchos años ya entrelazados, difícil mezcla, él era débil, ella se hacía la fuerte. Él la quería, ella no se atrevía, aunque su cabeza pasada la anestesia del momento la persiguiera y le dijera:
- Esto no puede continuar, déjalo, es lo mejor para de nuevo poder comenzar.
Y allí siguieron y allí seguían y allí, felices o no, por siempre atados, que no juntos, seguirán.
Esa misma obra pero en diferente día de función volvió a repetirse una y mil veces más, provocando el mismo resultado:
Gritos en silencio de indiferencia, más tarde malas caras, finalmente brisa pesada bajo sus ojos y la frase de siempre:
- Cambiaré Cariño, no lo haré nunca más.