jueves, 10 de junio de 2010

CXXXVI El llanto de las mariposas.

Me contaron hace algún tiempo que las mariposas también lloran, que sus antenas se quiebran, que sus colores se enjuagan, que sus alas se marchitan, que entonces se envuelven de finos hilos de seda, que sufren la metamorfosis a la inversa y que duermen, que hibernan su pena y desgraciadamente muchas son pasto de arañas y moscardones.
Pero también me explicaron que hay algunas que despiertan, que superan su tristeza, que poco a poco se deshilachan y que en su primer batido de alas arañan al cielo de color, que dibujan paredes de colores tan intensos que ofenden al Sol, que son capaces de subir tan alto que llegan a morder a las estrellas y que después esconden sus alas y se dejan caer de nuevo a la tierra y cuando están cerca de ella planean y vuelan a velocidades de vértigo y que acaban posándose en las corolas de las flores, que se tumban y se estiran, que se despliegan y se relajan y sonrientes y sin moverse polinizan a los mundos de alegría, gozo y satisfacción.