martes, 28 de septiembre de 2010

CXLIX Enfermedades incurables.


Cristian vivía en Barcelona, era martes, el día de su cumpleaños. Estaba deseando que llegara el fin de semana para bajar a Murcia, ver a su novia y celebrarlo. Lo suyo era una relación de amor a distancia. Ya era viernes noche, Cristian bajó del autobús muy ilusionado, allí le esperaba ansiosamente Lorena, su novia. Dejaron las maletas en el recibidor y Lorena corrió hacia su habitación a coger el regalo, Cristian esperaba sentado en el salón, al verla aparecer sonrió y lentamente desenvolvió el vistoso papel de regalo. Lorena observaba la cara de su novio.
- ¡Una colonia! – exclamó muy contento Cristian.
Lorena le echó un poquito en su brazo, a él le encantó. Entonces le perfumó otro poquito en el cuello, se miraron e hicieron el amor.
El fin de semana fue intenso, bonito, amoroso. No se separaron ni un minuto, lo hicieron todo juntos pero amaneció el domingo, llegó el amargo día de separarse. Los lloros de despedida eran intensos, demasiado intensos… Cristian subió al autobús, transcurrida una hora de camino le sonó el móvil, era Lorena. Él, entregado, con voz dulce contestó. La voz de Lorena era distinta y distante. No dijo ni Hola y le preguntó:
- ¿Donde está la colonia?
- En mi maleta, mi amor… ¿pero qué pasa?
- ¡Pero qué haces, pero que te crees!, ¡¿Por qué te la has llevado?!
- Pero cariño, ¿no me la has regalado?
- ¡Sí, pero no quiero que nadie te la huela!, ¡no quiero que te la pongas con nadie que no sea yo!
Seguidamente, sin decir nada más, fuertemente COLGÓ.