jueves, 25 de febrero de 2010

CI Noches despintadas.


Las aceras escarchadas ofrecían los primeros resbalones del agua al caer del primer Sol resacoso y madrugador. La huella de los tropezones de restos de entrañas de jóvenes búhos, amantes de la copa y el ron, recordaba en las esquinas más recónditas su más profunda insatisfacción. Algún que otro espumillón, vagabundeaba al son del viento, rompiendo con el triste silencio, que ofrecían aquellas callejuelas mentirosas de fiesta y felicidad. A lo lejos, levemente se escuchaba el eco lejano de una música que en su momento envolvió y enmascaró con lacitos rosas y que ahora solamente deprimía a aquel muchacho olvidado, dormido en la acera, después de su noche de alcohol, reproches y desolación. Tras las puertas de aquellos antros con focos, las mujeres limpiadoras trabajaban a destajo, sacando sacos y sacos de meados, despropósitos y arpón. Los cristales rotos que agrietaban el terreno pegajoso, convertían a los viejos que por allí pasaban en faquires con alpargatas y camisón. Mientras, en sus casas, dormían con ojos abiertos las sobras de aquellos fiesteros saciados, por lo menos durante algunos días, de lumbre, olas y compasión. Otros, despiertos, con ojos cerrados, mojados, en camas ajenas, fumaban el cigarro de después tras su efímero triunfo de autoestima y pasión.

Noches destetadas, niñas despintadas de azules, noches llenas de corazones en obras, sonrisas de juguete y pilares en reconstrucción.

Tengo la cabeza con tantos grillos que cuando quiera puedo echar a volar.