viernes, 9 de mayo de 2008

XXIII Blanco.



La noche era blanca. Un blanco inmaculado inundaba el lugar. Con zapatillas blancas de belcro, pantalón blanco y camiseta de manga corta del mismo color llevaba una mujer tres años encerrada en aquella habitación. No pasaba un día que no pensara en su liberación. Cada día, a las mismas horas, por una rendija, en una bandeja de plástico blando blanco, salían dos platos de comida, una pieza de fruta y un vaso de agua. Ella suponía que a horas de desayuno, comida y cena. Jamás vio a nadie, alguna noche si notó que alguien entraba a la sala mientras dormía, pero jamás pudo despertarse y ver. Algo fuertemente la sedaba.
A todas horas gritaba y gritaba , se tiraba al suelo desesperada, esa fuerte luz banca la estaba matando. No entendía que hacía allí. Hacía ya, tanto tiempo que no veía a su familia… los echaba muchísimo de menos.


Aquella mujer permanecería en aquel centro psiquiátrico siguiendo un fuerte tratamiento durante el resto de sus días. Un día, su mente la traicionó y la abandonó a su suerte dejándola enferma y sola. La noche de los hechos se olvidó de quien era ella y quienes sus seres más queridos, dejando sin alma a sus tres hijos pequeños.
Su vida, a partir de aquel día, se volvió blanca, como su mente, su historia, como su muerte, por siempre blanca; blanca inmaculada.