jueves, 3 de noviembre de 2011

CLXXI Ambulancias teledirigidas.

Me acababan de llamar del concesionario. Mi familia andaba preocupada… ¡Ten Cuidado!, ¡ten mucho cuidado!. ¡Qué sí!, ¡qué sí! - respondí. Salí de casa y me dirigí al concesionario. Llegué. La moto me esperaba, relucía. Estreche la mano al jefe. Ya era mía. Me subí, giré la llave y aquello empezó a rugir y rugir.
Llegaba a la calle Aragón cuando de repente una sirena lejana me puso en alerta, se acercaba una ambulancia. Cuando ya estaba a punto de llegar a mi altura me aparté para que pasara pero de repente apagó la sirena y bajó la marcha. Los coches y motos ocuparon de nuevo su lugar. Continué mi camino. Yo seguía alucinado con mi moto cuando de repente un pito, un giro brusco, un frenazo… un silencio… una caída. Aunque fue levemente, resbalé, me caí, no me hice nada. Al segundo escuché un sonido ensordecedor, era la sirena de la ambulancia, la cual había permanecido detrás de mí durante todo el camino, se detuvo a mi lado, se abrieron las puertas con ímpetu y escuche:
- ¡Te lo dije!, ¿Lo ves?, ¡ya te lo dije!
Increíble, el que bajaba de aquella ambulancia gritando era mi padre indignadísimo.