No se lo
había preguntado todavía y hoy era el día marcado. Había estado posponiéndolo
durante meses pero ya no cabían más excusas. Hoy sería el día en el que se lo
cuestionaría.
Salí de casa
corriendo, sabiendo que hoy, por una vez, no tenía ninguna prisa. En cada paso
sentía cómo me temblaban las manos, notaba cómo si cada palpitación sacudiera
mi camiseta. Estaba cardiaco y no sabía cómo librarme. Había estado huyendo
muchísimo tiempo de este momento.
Llegué a mi
destino, me senté en el interior de aquel bar solitario y esperé. Tras 20
minutos y viendo que mi quietud no llegaba, igualmente me lo pregunté:
- ¿ Soy
feliz?