A mí no me
engañan, estos días son los perros los que pasean a sus dueños. Quise ir más
allá. Le dejé sin cenar y por la mañana temprano me preparé, me embadurné de
pienso y esperé. En cuanto me vio se abalanzó sobre mí, tenía tanta hambre que
ni masticó. Ya estaba dentro, mi plan funcionaba a la perfección. Cogí los
mandos de mi perro por dentro, abrí la puerta de un salto y salí felicísimo a
cabalgar cual potro desbocado, corría, casi podía volar de lo contento que
estaba. Sentía en mi lomo la libertad. Me pasee por el centro de la ciudad,
metí mis patas en el río, ladré lo más fuerte que pude pero poco a poco algo me
empezó a pasar… fui decayendo, no por cansancio, sino por lo que no vi. No
había nada, nadie ahí fuera y ahí es donde me di cuenta que pese a lo extraño y
egoísta que a veces era, necesitaba de los demás para ser feliz. Me acababa de
dar cuenta de que era un ser social por naturaleza. Recogí la cola, agaché las
orejas y regresé a casa.