La plaza se iba llenado, la plaza ya estaba llena. Los toreros en el callejón. En el redondel la mayoría, vacas mansas pero también morlacos de todos los colores y tamaños; toros de gran categoría y pundonor. Toros que aún siendo tan jóvenes, se encaran y zarandean el capote con fuerza, criados a conciencia en los mejores campos de Barcelona y alrededores.
Solo los mejores toreros son capaces de lidiar con tales bestias; bestias preciosas.
En estos últimos años la cosecha de buenos bravos se había incrementado notablemente; antaño incluso, el toro respetaba al torero. Eso no eran toros, eran vaquillas.
A mí, como gran torero considerado, que me considero, me gusta lidiar con torazos, pero no me gusta matarlos como hacen otros, a mí me gusta enseñarlos, amansarlos y conducirlos a corrales mucho más sabihondos y tranquilos de lo que salieron. Este es mi reto diario, mi trabajo. Lo que me gusta. Y no te digo que alguna vez no me haya llevado alguna que otra cornada, pero cada pinchazo te curte, te enseña, te hace querer más si cabe a ese toro que te reta, que te busca, que te mira y amenaza, que busca tus límites, a ese toro que lo único que busca en ti es tu atención, comprensión y compañía; tu afecto.
Y sonó el timbre; las 15:30. Se acabaron las conversaciones de nada, todos al patio, ellos esperando, cada niño detrás de su columna, sonrientes, revoltosos y movidos. Los maestros pues se dispersan; cada uno con su grupo, cada uno con su clase. Cada niño un mundo, cada niño una alegría, muchas veces mal entendida, mucha psicología, no todo vale, no todos valen. - Hola buenos días - ,y empieza de nuevo un nuevo día.