martes, 21 de enero de 2014

CLXXX Tu bar, mi bar.


Abrí este bar con estilo y lo logré, conseguí que fuera glamuroso, pero el bar eres tú, mi querido amigo. 
Antes de que tú llegaras los clientes, mis clientes, me pedían bajito y con mucha educación, las conversaciones intelectuales se mezclaban con silencios aún más sabios, en los baños se tiraba de la cadena y la gente se lavaba las manos al acabar, permanecían impecables durante toda la jornada. Jamás de oía un grito ni una palabra malsonante…
Hoy, el paragüero que tantos paraguas de diseño almacenó se ha convertido en papelera de servilletas de papel, el suelo es un palillero de salivas y serrín. Los gritos y borracheras inundan el ambiente. El fútbol es la ley. Pero lo peor de todo es que no puedo echarte pues  desde que tú llegaste todos mis clientes se han ido convirtiendo y son todos como tú, desgraciado, curruqui asqueroso.

CLXXIX Asalto.


Decidí asaltar tu boca, sin cuerdas y a lo loco, pero apenas pude acercarme pues se cerró herméticamente al sentirse amenazada. Estuve días merodeando la zona pensando en la manera de esconderme, de colarme, de cómo colocarme… Me armé de valor pero cuando ya estuve a punto de coronar la cumbre de tus dientes, tu voz, cual avalancha, me empujó al vacío. Exhausto y dolorido me arrodillé en tu labio y te miré, después de meses intentándolo me había rendido, lentamente me levanté y me di la vuelta y cuando ya estuve a punto de marcharme definitivamente, tu lengua me tendió un puente sobre la cordillera de tus dientes, caminé por ella y por fin me bañé sin ropa en tu pantano de saliva.